Por Nicolás Martínez Garrido
En Colombia los campanarios de las iglesias han sido durante siglos la melodía que ha acompañado al pueblo. La vida de muchos se ha movido al son de las campanas, que anunciaban desde la primer misa por la madrugada, hasta las horas de descanso. Alguna vez estos campanarios marcaban el inicio de un nuevo día, la jornada laboral. Convocaban a la oración e incluso funcionaban como reloj, recordando la hora. Hoy, en cambio estos han quedado solo en la memoria, opacados por el bullicio y ajetreo de la vida urbana. Incluso ganándose enemigos, yendo hasta instancias legales que buscan ponerles freno. Hay que tener en cuenta que esto no ocurrió de la noche a la mañana sino que es el resultado de una transformación silenciosa y lenta que refleja el estrés y tensiones de una sociedad en constante movimiento. La tradición defiende a capa y espada el símbolo que estos representan a nivel religioso y cultural en cada rincón del país. A su vez, la gente reclama su derecho a la paz y tranquilidad de sus hogares. Para eso muchos han tomado la iniciativa de interponer una tutela, un recurso que busca una pronta solución a este conflicto de intereses, un mediador entre el pasado y el presente. Con el crecimiento de ciudades como Bogotá y Medellín, el ruido producido por los campanarios empezó a ser objeto de quejas y problemas. El ambiente cambió notoriamente, especialmente en áreas urbanas de alta densidad poblacional donde la vida es cada vez más agitada y las personas buscan escapar del estrés de la ciudad. Bajo este contexto, las campanas que alguna vez supieron ser parte del paisaje sonoro y cotidiano convirtieron en un sonido disruptivo e irritante, una nota más en este concierto de ruidos que define a la vida moderna. Fue allí cuando aparecieron las primeras tutelas, vecinos de algunas parroquias, aquellos que vivían cerca argumentan que el sonido incesante de las campanas no les permite descansar, molesta e incluso llega a perturbar su salud mental y física. Trastornos del sueño, estrés e incomodidad, todo eso causado por el constante tintineo de las campanas. Fue así como las demandas cogieron fuerza hasta el punto de llegar a los tribunales de la República. Estos se encontraron frente al dilema de, proteger una costumbre arraigada a la historia del país o garantizar el derecho al descanso de los ciudadanos, sacarse el problema de encima, lavarse las manos y contentarlos. Estas tutelas son fruto del choque cultural y de costumbres que existe entre la sociedad moderna y sus raíces tradicionales. La vida en Colombia a cambiado mucho desde entonces. Hoy en día la tecnología ha desplazado y vuelto obsoletas muchas prácticas cotidianas. Quienes quieran asistir a misa con una alarma o una notificación en el celular basta para recordarles la hora de inicio de la misma. En este orden de ideas los campanarios parecen haber perdido su utilidad, poniendo en duda si son necesarios o no. Por momentos parece una pieza retro, de museo, cosa del pasado. Sin embargo, permanecen algunos que consideran que el silencio de los campanarios es un golpe directo a la identidad cultural. Hay quienes creen que cada toque de campaña es una llamada, una invitación a recordar tradiciones, vínculos del pasado que no se pueden olvidar, pues pertenecen y son parte de la sociedad actual del país. Quienes defienden a los campanarios argumentan que limitar el uso de estos es cómo apagar abruptamente una parte de la historia, un legado sonoro que por años ha unido a generaciones Colombianas, el sentido de pertenencia está en juego, para dichas personas la solución no radica en silenciar los campanarios, sino encontrar la manera de adaptarlos a nuevos entornos y necesidades sin necesidad de perder eso que tanto los caracteriza. Las tutelas han obligado a las parroquias a silenciar sus campanas, limitar su uso a ciertas horas o en su defecto suspenderlas por completo. Las iglesias que antes se anunciaban con campanas ahora se ven forzadas a buscar nuevos caminos como sistemas inteligentes automatizados o anuncios pregrabados para no interferir con el descanso de los vecinos, algo que se camufle en el sonido cotidiano de la ciudad. Estas decisiones legales sientan un presedente en el uso de los campanarios y es probable que veamos más modificaciones, regulaciones al respecto en un futuro cercano. Esto ha significado un cambio en la comunicación ente iglesia, religión y sus seguidores. Las campanas para bien o para han perdido poco a poco su lugar, cediendo inevitablemente ante nuevos y más eficientes medios de comunicación.